dossier
nº2 de la revista "Non-Violence politique" traducido por Revista
Oveja Negra nº 33)
Durante más de un siglo, los húngaros habían estado
bajo la dominación de los austriacos.En 1847, guiados por su jefe
Lajos Kossuth, arrancaron a los Habsburgo una Constitución nacional.
Pero el país fue invadido, primero por los austríacos y finalmente
por los rusos en 1849 que restablecieron la autoridad de los Habsburgo
sobre Hungría: la Dieta, especie de Parlamento húngaro fue suprimida,
la Constitución abolida, y el país fue controlado por administradores
austríacos. La derrota del movimiento de independencia nacional
era total.
Las iglesias protestantes, que habían apoyado a
fondo el movimiento de Kossuth fueron las primeras en sufrir una
fuerte represión. Numerosos pastores y varios obispos fueron encarcelados.
Todas las organizaciones religiosas disueltas. Administradores imperiales
tomaron en su mano la vida de las comunidades, y oficiales austríacos
asistían, para vigilar, a los oficios religiosos. Ninguna resistencia
parecía ya posible.
Sin embargo, un jefe se impuso: Ferenz Déak, un
jurista de nobleza católica, que había sido elegido diputado en
la antigua Dieta de 1833. Los austríacos intentaron hacerle su colaborador,
pero él valientemente rehusó. Déak aconsejó a sus conciudadanos
tener paciencia y no conceder a los austríacos el derecho a dominarlos,
ni tratar de rechazarlos por la violencia. La publicación de su
carta de rechazo dio la señal de la resistencia pasiva. El pueblo
comprendió y le siguió. A excepción de la conspiración abortada
de Makk, el pueblo se abstuvo, con gran unanimidad, de todo acto
aislado de violencia. Fueron muy pocos los húngaros que aceptaron
responsabilidades civiles para reemplazar a los oficiales austríacos.
En 1855 los Habsburgo intentaron apoderarse de
la dirección de las iglesias, tanto católica como protestante, e
integrarlas en una organización única bajo la dirección del Imperio.
Los protestantes resistieron con terquedad. Su delegación enviada
a Viena no consiguió nada. Su negativa a integrar sus escuelas en
un sistema de educación imperial provocó, en represalia, la prohibición
a la Universidad de Debreczen de conceder títulos. En 1859 Viena
prohibió los Tribunales eclesiásticos y amenazó con disolverlos
con la fuerza armada. Un jefe protestante proclamó que tal decisión
"no podía ser aceptada sin violentar su conciencia, y que les obligaría
a renegar de sus principios religiosos y de los compromisos de su
ministerio".
Estas protestas fueron publicadas en el extranjero,
sobre todo en Escocia, por lo que fue muy difícil sofocarlas. Los
austríacos respondieron deteniendo a muchos obispos y moderadores;
pero las iglesias rehusaron nombrar a otros para reemplazarlos.
Apenas un 1% de las parroquias se sometió al nuevo reglamento que
los austríacos querían imponer. En enero de 1860, desoyendo las
órdenes del gobierno, un Sínodo de la Iglesia Reformada se reunió
en Debreczen, lo que puso al representante del Emperador en un gran
compromiso: Más de 500 pastores y varios miles de laicos se reunieron,
violando las leyes austríacas. Inmediatamente después de la oración
de apertura, el representante del Emperador ordenó a la asamblea
que se dispersara. Pero el presidente preguntó a la multitud si
quería dispersase o no. La multitud gritó que quería tener la asamblea
y que no se dispersarían. Por fin el representante del Emperador
tuvo que retirarse, sin que nadie le hiciese mal alguno. A pesar
de que tenía tropas numerosas en el exterior de la sala, no se atrevió
a utilizar la fuerza, vista una oposición tan decidida y unánime.
Cambiando de táctica, el gobierno, saltándose las
autoridades religiosas húngaras, ordenó directamente a los pastores
aceptar una reglamentación ligeramente modificada, y les ordenó
leerlo en público dos domingos seguidos. Pero el obispo Emerie Revesz
envió inmediatamente un mensaje a todas las parroquias recordándoles
la decisión del Sínodo y precisando que el proyecto gubernamental
modificado debía ser rechazado lo mismo que el anterior. A excepción
de una circunscripción a la que el mensaje no llegó, todos los pastores
húngaros, 1.500 en total, rehusaron leer la declaración en público.
Muchos fueron arrestados inmediatamente. Algunos obispos fueron
encarcelados de nuevo. La policía irrumpía en las reuniones religiosas,
pero los pastores no se dejaron intimidar. Cuando se sabía que un
predicador iba a hablar contra el proyecto gubernamental, grandes
multitudes se precipitaban para escucharle, de manera que la resistencia
eclesiástica se transformó en resistencia nacional.
Los estudiantes expresaron su solidaridad con los
dirigentes eclesiásticos arrestados organizando grandes manifestaciones
silenciosas, todos vestidos de negro, con ocasión de los procesos.
Delante del tribunal, los presos rehusaron toda clase de defensa
legal, alegando simplemente que habían actuado conforme a sus libertades
y derechos constitucionales. Los que no habían sido arrestados continuaron
dirigiendo sus parroquias como si el decreto rechazado no existiera,
y formaron comités de defensa de la autonomía de su iglesia. Más
de 5.000 laicos se reunieron con ocasión del Sínodo siguiente, en
testimonio de apoyo a los encarcelados.
Entre tanto la ayuda del extranjero comenzó a hacerse
notar. Se celebró un mitin en Glasgow, (los escoceses son calvinistas,
como los protestantes húngaros) y el Gobierno británico envió un
comunicado de protesta oficial a Viena. El Primer Ministro inglés
expuso la situación húngara ante el Parlamento . Muchos periódicos
importantes de Inglaterra, Francia y Prusia apoyaron a los protestantes
húngaros. Corrió el rumor de que el Arzobispo Primado de Hungría
preparaba una delegación de católicos húngaros para hablar con el
emperador y buscar una solución. A lo largo de toda su lucha los
protestantes perseguidos contaron con el apoyo de sus compatriotas
católicos.
Convencido de la incapacidad de romper la resistencia
de las Iglesias por la fuerza armada sin correr el grave riesgo
de provocar una nueva revuelta nacional, y preocupado por su pérdida
de prestigio en el extranjero, el Gobierno austríaco buscó una solución
sin perder la cara para salir del atolladero en el que se había
metido. El Emperador nombró un nuevo Gobernador Imperial, un protestante
húngaro, el Mariscal Benedek, y revocó su famoso decreto. El Reglamento
de las Iglesias no fue aplicado y todos los pastores encarcelados
fueron puestos en libertad. Los húngaros comprendieron la lección
que les habían dado sus jefes religiosos.
LA RESISTENCIA DE TODO UN PUEBLO
Después de este fracaso, Viena instituyó un nuevo
gobierno con una autonomía limitada en Hungría, pidió la Ferencz
Déak que fuera procurador. Déak rehusó de nuevo. Pero fue elegido
al año siguiente por la Asamblea Cantonal de Pest, e hizo aprobar
una ley autorizándole a reclutar soldados y percibir impuestos.
Al mismo tiempo puso en guardia a sus ciudadanos contra la locura
de querer lograr sus objetivos por medio de la violencia. " Vosotros
podéis hacer saltar una fortaleza con la pólvora de los cañones,
pero no podréis construir la menor choza con esa pólvora".
Pero el Emperador promulgó un decreto instituyendo
un Parlamento Imperial único y centralizado en Viena. La intención
de Francisco José era claramente la de integrar Hungría en vez de
darle autonomía. Déak respondió que la única solución aceptable
para los húngaros era la de restituir la Constitución de 1847 y
que el Emperador debía acudir a Buda para ser coronado como legítimo
soberano de Hungría. De lo contrario, el Emperador sería de hecho
el usurpador de trono real de Hungría, vacante según la ley. Como
respuesta, Francisco José promulgó la disolución de la Dieta húngara
en agosto de 1861. Cuando el Consejo Cantonal de Pest protestó fue
disuelto. Los miembros del Consejo se negaron a disolver la sala
hasta que las tropas les expulsaron. Los otros consejos cantonales
les imitaron y se negaron a poner los archivos al servicio austríaco.
El país cayó de nuevo bajo la ley marcial.
Convocando una vez más a su pueblo a la resistencia
pasiva, Déak decía: "seamos lo más molesto posible a los austríacos".
Es evidente que no concebía tal estrategia como una manifestación
de amor cristiano. Pero él pedía a su pueblo evitar todos los actos
de violencia y atenerse sólo a lo que era justo y legal, según la
ley y la justicia húngara, se entiende; ya que su combate era precisamente,
tal como él lo entendía, un combate contra la injusticia y la ilegalidad
austríaca. "Este es el terreno seguro, decía él, en el que, estando
nosotros desarmados, podemos mantenernos firmes contra la fuerza
armada . Si el sufrimiento es inevitable, sufrid con dignidad".
El pueblo le obedeció.
Cuando el recaudador de impuestos austríaco se
presentaba, la gente no le echaba ni le mataba, pero se negaban
a pagar, asegurando que era una persona totalmente ilegal. El recaudador
llamaba a la policía y pedía que les incautara los bienes. Pero
el comisario tasador húngaro se negaba a poner en pública subasta
estos bienes. Hacía falta , pues, traer un comisario austríaco.
Una vez llegado éste, descubría que era necesario también traer
a Austria los posibles compradores. El gobierno austríaco descubrió
rápidamente que todo esto costaba más que los impuestos que reclamaba.
Con la esperanza de romper la moral de los húngaros,
el gobernador decidió enviar tropas, y que éstas vivieran entre
la población. Los húngaros no se opusieron por la fuerza. Pero,
humillados de vivir en casas en las que los habitantes no disimulaban
su desprecio, fueron los soldados los que se opusieron a esta medida.
Por otra parte, los húngaros, habiendo visto de cerca el comportamiento
de los soldados austríacos, decidieron que el ejército austríaco
era una institución en la que no podían permitir que sus hijos ingresaran,
por la salud de su alma; y proclamaron que era traicionar a la patria
el dejarse enrolar en el ejército austríaco. Esta consigna fue respetada
por la totalidad del pueblo.
Cuando el Parlamento Imperial fue convocado en
Viena, los representantes húngaros lo boicotearon. Mientras tanto
Austria se había convertido en objeto de burla en todo Europa. Un
editorial del Times de Londres afirmaba: "la resistencia pasiva
puede ser organizada de tal manera que puede convertirse en más
sediciosa que la revolución armada".
Cuando la Dieta fue disuelta, sus miembros continuaron
reuniéndose de una manera discreta pero sin embargo no clandestina,
bajo otras siglas: se formaron grupos agrícolas, comerciales o literarios.
Los comerciantes decidieron boicotear los productos austríacos y
su decisión fue aceptada por la gente como si fuera tan obligatoria
como la misma ley. El gobierno austríaco intentó poner fin a esta
guerra económica declarando ilegal este "comercio exclusivo". Pero
los húngaros rechazaron esta ley con tanta solidaridad que fue imposible
aplicarla. Después de varios meses empleados en llenar las prisiones,
Austria se encontró de nuevo en un callejón sin salida. El nacionalismo
floreció como nunca en la prensa húngara, las novelas históricas
tuvieron un enorme éxito.
Cuando una hambruna relativa sacudió el país en
1863, hubo una solidaridad tal entre el pueblo que fue posible superar
la prueba.
UNA VICTORIA ROTUNDA
En 1864, Austria se alió con Prusia en una guerra
contra Dinamarca a propósito de Schleswing-Holstein. Algunos húngaros
hablaron de aprovechar esta ocasión para lanzarse a una insurrección,
pero consejos más sensatos se impusieron, resaltando el hecho de
que para lograr su independencia, Hungría tendría necesidad de la
ayuda de las grandes potencias. Sublevarse en semejante momento
hubiera supuesto enemistarse con toda la Confederación Germánica
del Norte. Déak continuó jugando la baza de la paciencia . Mientras
tanto, Bohemia retiró a su vez a sus diputados del Parlamento Imperial
y en consecuencia esto debilitó más la posición austríaca.
Francisco José hizo aún un nuevo intento de ablandar
a los húngaros, con la esperanza de que no se sublevaran durante
el previsible enfrentamiento entre Austria y Prusia. Se presentó
él mismo en Pest para abrir de nuevo la Dieta húngara intentando
poner al frente a Déak, quien a pesar de ello no se dejó convencer.
El ejército austríaco no sólo fue vencido por los prusianos sino
que además Bismark ayudó a un húngaro exiliado, Klapka, a organizar
una legión húngara equipada con armamento prusiano; de manera que
el Emperador se encontró en una situación desesperada. No tuvo más
remedio que convocar a Déak a Viena.
Este, llegó al palacio imperial a media noche.
El Emperador le dijo de entrada: "Bien, Déak, ¿qué debo hacer ahora?".
El líder húngaro le respondió sin dudarlo : "Vuestra Majestad debe
primero intentar firmar la paz y después devolver a Hungría sus
derechos". "¿ Me concederá la Dieta húngara hombres para continuar
la guerra si yo les restauro inmediatamente su Constitución?", preguntó
Francisco José. Pero Déak respondió: "No, yo no haré nunca de la
restauración de la libertad en mi país un objeto de trueque".
La táctica paciente de Déak estaba llegando a su
fin; su rechazo a acceder a la demanda del Emperador selló la derrota
de Austria en la guerra con Prusia. Francisco José hizo varias tentativas
de conciliación con los húngaros, con la esperanza de resolver la
cuestión, pero sin acceder a las exigencias de Déak; Pero un comunicado
de la Dieta Húngara, redactado por Déak, fue enviado al Emperador,
dejando bien claro que ninguna de sus proposiciones sería tomada
en cuenta hasta que no se concedieran las demandas de Déak.
El Emperador replicó con un decreto, instituyendo
el servicio militar obligatorio, lo que, si Déak logró convencer
a la Dieta para que enviara una delegación a Viena para resolver
la crisis: era el último esfuerzo antes de ceder a la revuelta que
se agrandaba. La situación era muy precaria tanto en Austria como
en Hungría y, teniendo en cuenta las ambiciones prusianas, una insurrección
hubiera podido costar muy caro a ambas naciones. El Emperador, con
gran sorpresa para Déak, anuló el decreto de movilización. Además,
rehizo su gabinete, nombró como Primer Ministro al Conde Beust,
quien secretamente había llegado a un acuerdo no escrito con Déak,
e invitó a un noble húngaro, Julius Andrassy - a cuya cabeza se
había puesto precio por su participación en la revolución de 1848-,
a formar un gobierno nacional para Hungría. En febrero de 1867 el
Emperador restituyó la Constitución húngara. Déak y Beust firmaron
un acuerdo estableciendo una doble monarquía y Francisco José fue
coronado rey de Hungría. La tarea de Déak estaba por fin concluida,
gracias a su capacidad de hombre de Estado, a su paciencia y a la
resistencia civil del pueblo.
Todos los problemas no estaban resueltos; pero
lo que nos parece importante es que Déak utilizó con éxito la resistencia
civil como instrumento esencial de una campaña perseverante para
lograr un objetivo histórico.
Déak y sus colaboradores no estaban empeñados en
la noviolencia por una especie de acto de fe. Si eligieron la resistencia
fue sólo por razones pragmáticas, a la luz de un análisis realista
de su situación. Por otra parte, la revolución violenta había sido
intentada anteriormente, con resultados desastrosos. Aunque muchas
veces se haya puesto en tela de juicio, la prudencia impuso otra
manera de actuar que se justificó finalmente por sus resultados.